jueves, 3 de agosto de 2017

Mar de amores

Allí está a los lejos. Es ella, no hay duda. Tan bonita, tan perfecta.

Tú todavía no lo sabes, ni mucho menos lo sospechas, pero me has hecho pasar el peor verano de mi vida. Desde que la reluciente llama de tu amor tocara a mi puerta y yo, caballeroso, decidiera abrirle, me es imposible borrar tu imagen de mis pensamientos. Como llevado por un ave que emprende vuelo desconcertado, hubo días en los que me hiciste volar alto, muy alto. "Estás en las nubes", me decían. Otros días me hacías volar por los suelos hasta estrellarme mientras el sofocante calor que derretía el asfalto también derretía mi corazón. Aún recuerdo aquellos días... esos días en los que el tiempo parecía dilatarse, percibiéndose cada vez más lento, casi inmutable. Y todo por tu culpa. Seguías rondando en mi cabeza hasta el extremo en el que ya no sabía qué parte de mí era yo y cuál eras tú. Ambos nos amábamos en secreto y ambos lo sabíamos. Sin embargo, nunca nos dijimos palabra. ¿Irónico verdad?

Ya te acercas. No finjas falsas modestias, sé que también me has visto.

Si supieras la de veces que he ensayado frente al espejo todo lo que me gustaría decirte... Noto como mis pies caminan solos mientras la distancia que nos separa se va acortando. No me importa su rebeldía, en mi mente ahora solo se encuentran las palabras que he guardado con tanto anhelo para ti durante todos estos meses.

Estamos frente a frente. Un mar de sentimientos se apodera de mi.

Puedo percibir tu delicioso y cálido aroma. Jamás había sentido algo así: mi corazón se precipita exaltado, he estado esperando este momento tanto tiempo... Voy a romper mi silencio y a dejar de soñar despierto de una vez.

...

...

...

Pero... ¿qué me pasa? ¿por qué no soy capaz de decir nada? No, no, este no puede ser el final. Noto cómo pasas lentamente por mi lado y ya casi te alejas. Maldito orgullo. No... he luchado mucho contra ti para que aparezcas ahora en un momento de debilidad. Lo tengo decidido. Vamos, dile algo, acaba por fin con esa clepsidra que ahoga tus palabras:

-Ho... hol... hola...




Mar de elementos

-¡No decaiga ahora! ¡Empuje con más fuerza! -gritó el señor N. enérgicamente.
-¡Me temo que es inútil... necesitamos más ayuda! -contestó resignado su camarada, el noble Ar., mientras observaba, imponente, cómo le flaqueaban las fuerzas ante aquella edificación de monstruosa envergadura.

Ambos eran únicos en su categoría y no se descomponían nunca, por muy dura que fuera la situación; pero esta vez dichos elementos no eran suficientes para hacer frente a la apoteósica estructura que permanecía inmutable frente a ellos. En el fondo el señor N. también lo sabía, aunque no quisiera reconocerlo.

¿Qué diablos podía ser aquello? Había aparecido de repente en mitad del camino y se negaba a moverse, pero sin duda lo más amenazador eran sus tres inmensos brazos pálidos de color lechoso. Henchido de pensamientos que escapan a nuestra comprensión y que, aun teniendo las palabras necesarias me vería incapaz de describir, el señor N. endosó su orgullo y se dirigió una vez más a su compañero:

-¡Maldita sea, está bien! ¡Pida refuerzos! -ordenó con gestos ávidos al borde de la desesperación.
-¡Enseguida, no tardaré en regresar! -contestó Ar. mientras abandonaba a su voluminoso amigo, dejándole solo a la deriva, en el mar de un destino incierto.

Pronto llegó el auxilio y con él las esperanzas renacieron.

-¡De acuerdo, sigan mis instrucciones! ¡Empujen todos aquí a mi señal! ¡Esta cosa no podrá con nosotros! -capitaneó N. al resto de compañeros, que aún no salían de su asombro.

Y sucedió que, poco a poco, gracias a la nueva ayuda, comenzaron a producir aire. Y a su vez, gracias a la persistente constancia, se produjo el viento. Y lo mejor de todo es que los desmedidos brazos de la máquina comenzaron a moverse. Lo habían conseguido.

El señor Nitrógeno felicitó a todos por la proeza que acababan de efectuar, también pronunció unas palabras para su fiel compañero, Argón. Mientras tanto, un hombre que navegaba con su particular canoa veía complaciente, a lo lejos, cómo las aspas de un aerogenerador marino se movían, incapaz de imaginar la titánica lucha que acababa de tener lugar.